por Lluís Duch
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jueves, 22 de enero de 2015
POSMODERNIDAD
por L.
González-Carvajal Santabárbara
I. CRISIS DE LA
MODERNIDAD.
Los
descubrimientos espectaculares de la
/ciencia, así como la lucha contra el Antiguo Régimen y el dogmatismo religioso,
dotaron al proyecto moderno de una fuerza inigualable; pero en cuanto las
realizaciones prácticas fueron reemplazando a las promesas empezó a erosionarse
el prestigio acumulado. Ya los padres de la sociología fueron bastante críticos
con la /modernidad. Max Weber, por ejemplo, sostenía que el resultado final
sería una sociedad inflexible, opresiva, programada científicamente – «una jaula
de hierro»– seguida quizás de una profunda quiebra cultural y de la muerte de
todo sueño humano.
Muchos piensan hoy que el proyecto moderno ha fracasado y
una nueva /cultura –la posmodernidad- está ocupando su lugar. «La modernidad
–dice Michel Leiris– se ha convertido en mierdonidad». Otros (como Habermas)
consideran que la modernidad es un «proyecto inacabado» pero con futuro y,
aunque sea necesario enderezar su rumbo, debe sobrevivir para el bien de la
humanidad.
El tiempo nos dirá si la cultura moderna va a sucumbir ante
el empuje de las ideas y creencias posmodernas, o más bien serán estas las que
desaparezcan como una moda efímera. De momento, ni siquiera estamos en
condiciones de adivinar cuál será el nombre propio (al estilo de
Renacimiento, Reforma o
/Ilustración) por el que un día se
conocerá a esta nueva época, que supuestamente estaría comenzando ahora. Como es
lógico, posmodernidad debe ser considerado tan solo un término heurístico
(heurístico, en su forma adjetiva, es lo
que sirve para encontrar). Tener que
recurrir a él conlleva una humillación no pequeña, porque el prefijo post
revela que, hoy por hoy, la modernidad es la auténtica sustantividad.
II. EL ESPEJISMO
DEL PROGRESO Y LA DISOLUCIÓN DE LA HISTORIA.
La modernidad se había caracterizado por una fe
inconmovible en el progreso ilimitado de la humanidad. Y como todo el mundo
creía saber lo que había que hacer, pusieron manos a la obra. Los ilustrados
concentraron sus esfuerzos en la educación del pueblo, los marxistas esperaron
que la lucha de clases condujera a una sociedad reconciliada y los capitalistas
pusieron sus esperanzas en la /revolución tecnoindustrial. Pero a unos y a otros
les fallaron las previsiones, y el siglo XX ha resultado ser un inmenso
cementerio de esperanzas. En el continente que se preciaba de ilustrado,
estallaron dos guerras —extendidas pronto al resto del mundo— que, sin apenas
hipérbole, podemos decir que hicieron experimentar el infierno en la tierra; los
regímenes marxistas acabaron convirtiéndose en lúgubres campos de concentración,
y la gente de los países capitalistas occidentales está descubriendo que, en
medio de su opulencia, carecen de razones para vivir.
En opinión de Vattimo, «el momento que se puede llamar el
nacimiento de la posmodernidad en filosofía es la idea (nietzscheana) del eterno
retorno de lo igual; el fin de la época de la superación». Con otras palabras:
el progreso de la humanidad en el que creían nuestros abuelos y nuestros padres
ha resultado ser un espejismo.
Algunos van más lejos todavía: no solamente el progreso ha
resultado ser un espejismo, sino que también se ha evaporado la /historia. Hay
—desde luego— muchas historias pequeñitas. Cada individuo tiene la suya. Pero
todas esas historias pequeñitas se entrecruzan sin que el conjunto de ellas
tenga el menor sentido. La historia en singular se la han inventado los
historiadores seleccionando caprichosamente aquellos acontecimientos que les
parecían susceptibles de enlazarse entre sí, dando la sensación de un todo
unitario y lleno de sentido. Con otras palabras: el precio que ha habido que
pagar para que la humanidad viva con la ilusión de estar
haciendo historia
es relegar al cubo de la basura cantidades
inmensas de materiales que no encajaban en el esquema. Si los historiadores
hubieran pretendido registrar y ordenar todo cuanto ocurre, encontraríamos ante
nosotros una masa absolutamente informe. «La historia es una supersti
III. DE LA ÉTICA
A LA ESTÉTICA.
Al haberse evaporado la ilusión de la historia, la /
estética sustituye a la /ética. Si no venimos de ningún sitio ni vamos a
ninguna parte, estamos en la misma situación que un viajero sin brújula. Puede
ir a donde se le antoje, porque ninguna dirección es mejor que otra. «La
filosofía —escribe Vattimo— no puede ni debe enseñar a dónde nos dirigimos, sino
a vivir en la condición de quien no se dirige a ninguna parte». Y, como es
lógico, si esa es la condición humana se imponen dos consejos:
a) El primer consejo es disfrutar
ya,
sin aplazar las satisfacciones. En términos freudianos
diríamos que los modelos anales de comportamiento (acumulación de bienes
y fomento del ahorro), propios de la cultura moderna del siglo XIX, están siendo
sustituidos en la posmodernidad por modelos orales. Si el hombre moderno
estaba obsesionado por la producción, el posmoderno lo está por el consumo. La
moral puritana ha cedido paso al hedonismo: el placer de la buena mesa, el goce
sexual, los esfuerzos por conservar una apariencia juvenil, las vacaciones de
lujo... Y es lógico: cuando no se espera nada del futuro es preferible vivir al
día y pasárselo bien.
b) El segundo consejo que da la filosofía posmoderna a
quien no se dirige a ninguna parte y sabe que el progreso se ha vuelto
imposible, es retirarse al santuario de la vida privada, donde se da la única
felicidad —modesta— que el hombre puede conseguir. «Es necesario
—dice Raymond Ruyer— que los cerebros individuales aprendan a producir la miel
de la dicha, cada uno en su alvéolo». Asistimos, de hecho, a una creciente
indiferencia hacia las cuestiones de la vida colectiva (abstencionismo político,
crisis de militancia, etc.) mientras sube enteros en el mercado de las
cotizaciones sociales todo lo referente al propio yo: grupos de encuentros,
terapia de sentimientos, cuidado del cuerpo, feedback bioenergético,
masaje psíquico, pedagogía del contacto...
IV. CREPÚSCULO DE
LA RAZÓN Y EXPLOSIÓN DEL SENTIMIENTO.
Los
individuos modernos estaban orgullosos de
«la afanosa e incorruptible razón que apremia al hombre para desarrollar las
capacidades en él depositadas y no le permite volver al estado de rudeza y de
sencillez de donde salió» (Immanuel Kant). Hoy, en cambio, se publican libros
titulados La miseria de la razón (Isidoro Reguera), La razón sin
esperanza (Javier Muguerza), La crisis de la razón (Francisco Jarauta)...
Es necesario —nos dicen— despertar del sueño dogmático de la /razón: un /sujeto
finito, empírico, condicionado, nunca podrá establecer lo incondicionado, lo
absoluto, lo incontrovertible. Sólo hay lugar para un saber precario.
Surge una pregunta obligada: si ninguna de las
cosmovisiones filosóficas, políticas o religiosas que movilizaron a los hombres
modernos están fundadas sobre tierra firme, ¿qué son entonces? Lyotard responde
sin dudarlo un momento: tan sólo «grandes cuentos»; no pueden reivindicar
ninguna objetividad, son simples narraciones. Y además, la experiencia pone de
manifiesto que esas grandes narraciones son peligrosas, porque, antes o después,
apelan al terror para imponerse. El cristianismo recurrió a la Inquisición, el
/marxismo a la KGB, el nazismo a los campos de exterminio, y la civilización
occidental a la bomba atómica. Así pues, es muchísimo más higiénico renunciar a
los discursos omnicomprensivos y contentarnos con un
pensamiento débil.
La razón ha muerto, pero gracias a los
posmodernos nadie llevará luto por ella.
Al destronamiento de la razón ha seguido un despertar
impetuoso de la subjetividad y el /sentimiento. Como declaraba Francisco Umbral
en una entrevista: «Lo que te pide el cuerpo es verdad, no lo traiciones nunca».
En consecuencia, el posmoderno no se aferra a nada, no tiene certezas absolutas,
nada le sorprende y sus opiniones son susceptibles de modificaciones rápidas.
Hemos pasado de la mayúscula a las minúsculas en todos los órdenes de la vida. Y
las mayúsculas que todavía permanecen, sólo son mayúsculas para cada uno.
A ello han contribuido también –en opinión de Vattimo– los
medios de comunicación de masas. Adorno preveía que la radio (más tarde también
la televisión) tendría el efecto de producir una homologación general del
pensamiento. Pero ha ocurrido justo lo contrario. A pesar de los esfuerzos de
los grandes monopolios de la información, la radio, la televisión y la prensa
están difundiendo las concepciones del mundo más diversas. Las minorías étnicas,
sexuales, religiosas, culturales o estéticas han tomado la palabra, y el
individuo posmoderno, sometido a una avalancha de informaciones y estímulos,
difíciles de estructurar, ha hecho de la necesidad virtud y ha optado por un
vagabundeo incierto de unas ideas a otras.
Abandonada ya la idea de que sólo existe una forma de
humanidad verdadera, y solicitado por múltiples racionalidades
locales,
cada cual compone a la carta los elementos
de su existencia, tomando unas ideas de acá y otras de allá, sin preocuparse
demasiado por la mayor o menor coherencia del conjunto (ya hemos dicho que hoy
no manda la razón, sino el sentimiento). El resultado se parece mucho a esas
vallas publicitarias en las que quedan trozos de los distintos carteles que
estuvieron pegados en ellas resultando así un conjunto fragmentario y
contradictorio. En lugar de un yo integrado, la fragmentación parece el destino
insuperable del hombre de hoy.
¿Tendremos que contraponer a este mundo fragmentado la
nostalgia de una realidad sólida, unitaria, estable y
autorizada? La respuesta de
los posmodernos es rotundamente negativa. Esa nostalgia pondría de manifiesto
una actitud neurótica; el esfuerzo por reconstruir el mundo de nuestra infancia,
donde la autoridad familiar era a la vez amenazante y aseguradora.
V. EL RETORNO DE
DIOS.
La posmodernidad
ha supuesto también un cambio de actitud ante los problemas religiosos. No debe
extrañarnos demasiado que retorne /Dios, puesto que han caído en desgracia
quienes le desterraron: el racionalismo extremo y la fe autosuficiente en el
progreso ilimitado de la humanidad.
Sin embargo, la nueva cultura no permite que Dios recupere
todos sus derechos. El hombre posmoderno no podrá nunca amar a Dios «con todo su
corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con toda su mente» (Dt 6,5;
Lc 10,27 y par.), porque ya hemos dicho que a él le van las convicciones débiles
que se viven sin pasión y se abandonan sin dificultad.
Además, como el individuo posmoderno obedece a lógicas
múltiples, frecuentemente se prepara él mismo su
cóctel religioso combinando creencias
cristianas con creencias hindúes (el 23 por ciento de los católicos europeos y
el 21 por ciento de los protestantes creen en la reencarnación de las almas) o
de otras procedencias. Viene a la memoria el modelo de mercado religioso,
sugerido por Berger: en las sociedades actuales, el individuo desempeña el papel
de cliente ante una variada oferta religiosa, dentro de la cual
podrá elegir –practicando cierto sincretismo– las creencias que más le gusten.
Por último, el individuo posmoderno desconfía de
las Iglesias, porque le parecen excesivamente controladoras del pensamiento y de
la conducta. Preferirá vivir su fe por libre y –en el límite– aparecerá esa
religión invisible de la que hablaba Luckmann. En resumen, que no debemos
lanzar las campanas al vuelo demasiado alegremente.
VI. EL «BOOM» DEL
ESOTERISMO.
En la posmodernidad no sólo retorna Dios; también
los brujos. Estamos asistiendo a un auténtico boom
del esoterismo: chamanismo primitivo, teosofía, sufismo,
somanes, vida después de la muerte, tarot, kábala, alquimia, antroposofía...
En opinión de algunos, todo ello noes más que una reacción
ante la incapacidad del racionalismo moderno para proporcionar un sentido a la
vida. «La verdad de la cuestión es esta –nos dice Roszak–: ninguna sociedad, ni
siquiera la de nuestra tecnocracia más secularizada, puede pasarse absolutamente
sin misterio y sin ritual mágico». En cambio Marvin Harris piensa que el
boom del esoterismo
no se debería tanto al deseo de encontrar un sentido último para la vida, como
al deseo de encontrar soluciones de tipo mesiánico para los problemas económicos
y sociales que han aparecido en estas últimas décadas: desempleo, inflación,
alienación laboral, sentimiento de aislamiento y soledad, inseguridad ciudadana,
etc. En mi opinión, ambos llevan algo de razón. En los nuevos cultos se mezclan
la sugestión, la magia, la búsqueda de lo novedoso o anómalo y probablemente
también auténticas inquietudes religiosas. Es tal su complejidad, que Roszak
defiende en otro lugar la conveniencia de inventar alguna palabra inutilizable
para designarlos, por ejemplo, psico-místico-paracientífico-espiritual-terapeútico.
Lo malo es que, en los nuevos cultos, el repudio
posmoderno de la razón y el espíritu crítico suelen alcanzar el paroxismo,
volviéndose sumamente peligrosos. Basta pensar en las sectas destructivas: Secta
Moon, Los Niños de Dios, Movimiento Hare Krishna, Misión de la Luz Divina,
Cienciología, etc. Como es sabido, en ocasiones han llegado a matar, haciendo
del asesinato un gesto litúrgico. El mundo entero se estremeció ante los
homicidios cometidos por la comunidad de Charles Manson y, sobre todo, por lo
ocurrido el 18 de noviembre de 1978, en aquel calvero de la jungla de Guyana,
donde Jim Jones, líder de una secta californiana llamada el Templo del Pueblo, y
más de 900 seguidores, se quitaron la vida. Así pues, este siglo increíble, que
se inició con la confianza en la ciencia, la razón, la ilustración y la
modernidad, se encuentra en sus postrimerías con todo aquello que ya creía
enterrado desde hace mucho tiempo, incluyendo el retorno de los brujos.
VII. LUCES Y
SOMBRAS DE LA POSMODERNIDAD.
Las relaciones
entre el cristianismo y la modernidad
se caracterizaron, sobre todo en los países de tradición católica, por una
confrontación ideológica total. Existe una herejía, cuya denominación –dejando
aparte cualquier consideración sobre su contenido– no puede ser más
significativa: El modernismo. Por fin, después de mucho tiempo, el
Vaticano II nos invitó a poner nuestros relojes en hora con la modernidad, pero
fue precisamente cuando esta conocía la crisis que hemos descrito en estas
páginas. ¿Qué debemos hacer ahora?
Ante todo, excluir cualquier nostalgia de un pasado
premoderno. Como es sabido, existe hoy –más entre los judíos y los mahometanos,
pero también entre los cristianos– un notable auge del fundamentalismo. En
opinión de Gilles Kepel, «tanto el discurso como la práctica de estos
movimientos, están cargados de sentido: no son producto de un desorden de la
razón o de la manipulación de fuerzas oscuras, sino testimonio irremplazable de
una enfermedad social profunda que nuestras tradicionales categorías de
pensamiento ya no permiten describir. Como el movimiento obrero de ayer, los
movimientos religiosos de hoy poseen una capacidad singular para señalar las
anomalías de la sociedad». Pero una cosa es reconocer eso y otra muy distinta es
dar por buena la terapia que propugnan. Intentar restaurar una sociedad sacral,
ni es posible en Europa ni, desde luego, sería deseable. Ya hemos visto que en
la cultura moderna existen grandes valores, aunque a menudo los encontremos
parasitados por contravalores. Si debemos tener algo claro en este tiempo de
profundos cambios culturales, es que no tiene sentido añorar los tiempos
pasados.
Tan solo debemos prestar atención, por tanto, al
contencioso existente entre la modernidad y la posmodernidad. En mi opinión,
sería peligroso desear la victoria de una cualquiera de ellas sobre la otra.
El esfuerzo y la autodisciplina que los hombres modernos se
exigían a sí mismos eran, sin duda, despiadados. ¿Acaso no es más humano aquel
«trabajar para poder holgar» de Aristóteles, que el trabajar para trabajar, y
así ad infinitum, de los modernos? Pero parece como si la posmodernidad
se hubiera ido al otro extremo desvalorizando completamente el trabajo, el
mérito y la emulación.
También parece evidente que el racionalismo extremo de la
modernidad mutiló al sujeto, pero es difícil admitir que la solución esté en
sustituir la tiranía de la razón por la tiranía del sentimiento.
Malo era considerar la religión como un residuo premoderno
condenado a la extinción porque sólo resultaban legítimas aquellas verdades que
fueran susceptibles de verificación empírica; pero no se sabe si no es peor
todavía prestar oídos ahora a cualquier ayatollah casero, por
disparatadas que sean sus enseñanzas.
Y así podríamos seguir. Lyotard compara la posmodernidad al
trabajo propuesto por Freud en La interpretación de los sueños, es decir,
un camino de terapia psicoanalítica por la anámnesis, que permita aflorar
lo reprimido. Todo hace pensar, sin embargo, que en lugar de integrar lo
reprimido, hemos caído víctimas de ello y hemos reprimido lo vivido hasta ahora,
con lo cual permanece la represión y solamente cambia de objeto.
En mi opinión, lo que necesitan las sociedades modernas es
integrar una gran parte de lo que han /excluido, ignorado o despreciado. Podemos
decirlo en términos hegelianos: La modernidad formuló una tesis que
pretendía ser verdadera. Fue la fase afirmativa. Sin embargo, era parcial y por
eso ha surgido esa antítesis que llamamos posmodernidad. Es la
fase negativa. Ha resultado ser también parcial, y ahora debemos buscar la
verdad a un nivel
superior, en la síntesis de ambas.
BIBL.: FOSTER
H., (ed.), La posmodernidad, Kairós, Barcelona 1985; GERVILLA E.,
Posmodernidad y educación, Dykinson, Madrid 1993; GONZÁLEZ FAUS J. I., La
interpelación de las Iglesias latinoamericanas a la Europa posmoderna y a las
iglesias europeas, SM, Madrid 1988; GONZÁLEZ-CARVAJAL L., Ideas y
creencias del hombre actual, Sal Terrae, Santander 19933; ID,
Evangelizar en un mundo poscristiano, Sal Terrae, Santander 1993; ID, Con
los pobres, contra la pobreza, San Pablo, Madrid 19933; LYOTARD
J. F., La posmodernidad (explicada a los niños), Gedisa, Barcelona 1987;
ID, La condición posmoderna, Cátedra, Madrid 1986; MARDONES J. M.,
Posmodernidad y cristianismo. El desafío del fragmento, Sal Terrae.
Santander 1988; PICO J., (ed.), Modernidad y posmodernidad, Alianza,
Madrid 1988; VATTIMO G., El fin de la modernidad, Gedisa, Barcelona
1986.
L.
González-Carvajal Santabárbara
Tomado de:
sábado, 17 de enero de 2015
viernes, 9 de enero de 2015
Aviso de derrumbe. Byung-Chul Han, pensador coreano afincado en Berlín, es la nueva estrella de la filosofía alemana
"Retomando la idea hegeliana de la dialéctica del amo y del esclavo,
Byung-Chul Han denuncia que “el esclavo de hoy es el que ha optado por
el sometimiento”. Y lo ha hecho a cambio de un modo de vida escasamente
interesante, “la mera vida, frente a la vida buena”, dice, casi pura
supervivencia. A cambio de eso, el hombre cede su soberanía y su
libertad. Pero lo más llamativo es que el propio amo ha renunciado
también a la libertad al convertirse en explotador de sí mismo. Ha
interiorizado la represión y se ve abocado al cansancio y la depresión.
Pero el cansancio y la depresión no se pueden interpretar como
alienación, en el sentido tradicional marxista. “Solo la coerción o la
explotación llevan a la alienación en una relación laboral."
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/03/18/actualidad/1395166957_655811.html
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